He pensado siempre que la música de Jorge Drexler funciona como una habitación vacía que nos aísla del mundo y en su interior encontramos la alegría de vivir que perdemos a lo largo del camino, cuando los golpes de la cotidianidad han dejado fuertes moretones en el rostro.
Los discos de este cantautor uruguayo parece que tienen toda la historia del mundo escrita en sus canciones y tras unas pocas oídas logran curar las heridas para lanzarnos de nuevo al ruedo como si acabáramos de nacer. Ya saben, Drexler canta como si estuviera haciendo un examen de su vida, de nuestras vidas, para luego invitarnos a dejar todo atrás y convencernos de emprender un viaje con rumbo hacia lo desconocido pero lleno de emociones que nos hacen palpitar.
A diferencia de otros grandes nombres de la música latinoamericana, Jorge Drexler, ganador de un Oscar por la canción Al otro lado del río, de la banda sonora de Diarios de motocicleta, no necesita presentación en Cuba, donde actuará el sábado 3 de octubre en el teatro Nacional como parte de la cuarta edición del Festival Voces Populares. Sus canciones han circulado entre miles de melómanos, sobre todo jóvenes, que las han vivido como un descubrimiento y las cargan consigo con la misma obsesión que se lee un libro de cabecera.
Pero este artista que hace tiempo dejó de ser uruguayo para convertirse en ciudadano del mundo, ha logrado ocupar innumerables titulares y ser un músico popular con una obra que no solo no se evapora al doblar la esquina, sino que dibuja con una extraordinaria sensibilidad los sentimientos que nacen cuando recorremos en soledad las calles de la vida y de la noche estableciendo solo un diálogo con nosotros mismos.
Algunos dirán que no es el único contador de historias que nos motiva como si estuviéramos celebrando una fiesta con amigos que se reencuentran tras mucho tiempo. Es cierto, pero sinceramente este cantautor ha alcanzado un fascinante y raro punto de equilibrio entre la nostalgia y la alegría, entre la melancolía y la belleza y, sobre todo, entre la tradición de la canción de autor latinoamericana y la contemporaneidad más rabiosa. Son, quizá, esos atributos los que lo han llevado a situarse en la primera fila de los cantautores de la región y a convocar a miles de personas en sus conciertos, donde ofrece testimonio de su capacidad para cautivar al público con canciones luminosas, melancólicas y vibrantes, atesoradas en discos como Frontera, Eco, 12 segundos de oscuridad, Amar la trama y Bailar en la cueva.
Por otro lado, cuando uno lo escucha tiene que estar pendiente hasta del más mínimo detalle. Desde el sonido más desmelenado hasta el silencio más terrible. Porque es un tipo con una enorme habilidad para poner a punta atmósferas en las que cada uno de sus elementos se acopla para entregar historias que hablan de emigración, de conflictos existenciales, de amor, de heridas, de un mundo que va patas arriba y él ha sabido tener el olfato para contarlo desde el punto de vista de una persona que vivió el terremoto y quedó en pie para testimoniarlo.
Su planteamiento sonoro es muy cinematográfico. Si cerramos los ojos al escucharlo es como si viajáramos por la carretera con los cristales empañados por los parajes más hondos de Latinoamérica, por las periferias de las ciudades del primer mundo, por las tabernas donde se reúnen los poetas,y los condenados al olvido que todavía quieren cambiar el orden impuesto, o por las grietas más recónditas de la Luna. Todo es movimiento en la música de este cantautor que nos traslada al presente del siglo XXI, nos cuenta sus conflictos, sus quebraduras y sus historias de vida más distinguibles, arropado por fascinantes melodías y una actitud musical que no puede etiquetarse en ninguna escena.
Es, sencillamente, un músico que va por ahí con los ojos y oídos muy abiertos para crear y dibujar parajes sonoros que nos muestran que estamos vivos y para demostrarlo debemos explorar hasta el límite el mundo que tenemos ante los ojos. Y para ello ahí están canciones tan estimulantes como las de Jorge Drexler, que nos restauran y nos enseñan el camino hacia el bienestar espiritual.(Granma Digital)