BARACOA, Guantánamo, 24 oct. – Wílder Jiménez Olivero, radioaficionado radicado en La Cuchilla, siempre pasó los ciclones en su casa, actuando de enlace con otras estaciones.
Cuenta que su vida nunca corrió peligro, pues la vivienda, aun siendo de madera con cubierta de fibrocemento, ofrecía seguridad por lo confortable que estaba.
Por tal motivo, aunque estuvo al tanto de la fortaleza de Matthew, decidió no evacuarse y cumplir otra vez su misión de comunicador. Como previsión, eso sí, había enviado a su esposa a protegerse en Cabacú, a la entrada de la ciudad de Baracoa.
Cuando en las primeras horas de la noche del pasado 4 de octubre los vientos del meteoro quebrantaban cualquier resistencia, y los objetos voladores de toda clase retumbaban como bomba en los alrededores, Wílder y su vecino Saturnino Abreu decidieron protegerse debajo de una mesa, la que a su vez estaba cubierta con un box spring.
«En esa condición extrema recibí en mi teléfono móvil una llamada desde Guantánamo de mi tío Amado Jiménez Lafita, a quien le resumí los acontecimientos y los destrozos que escuchábamos. Para entonces ya el huracán había destrozado el sistema de antena de mi radiotransmisor, imposibilitando la comunicación por esa vía. De manera que a CM8COC, mi indicativo de llamada, ya no era posible escucharlo.
«Después, mediante un radio móvil (walkie-talkie), contacté con Sinecio Alba Lobaina, presidente de la filial baracoense de la Federación de Radioaficionados de Cuba, imponiéndolo de la situación en que me encontraba y de lo que estaba pasando: estruendosas caídas de árboles, aterrador ruido de los vientos e impacto de diferentes objetos.
«En un momento Saturnino sale del refugio y me dice asustado: “¡Nosotros estamos vivos de milagro, vámonos de aquí!”.
Había visto la casa casi destruida en su totalidad y sin ninguna de las 90 tejas. Entonces aprovechamos un instante de calma relativa y partimos hacia el consultorio médico cercano».
Jiménez Olivero trabaja en el sector no estatal como reparador de equipos electrónicos, tiene 48 años, de ellos 16 vinculados a la actividad de radioaficionados.
«En las alrededor de cuatro horas infernales en que estuve debajo de la mesa sufrí calambres y a punto estuve de hacer una hipoglicemia. Aun así, por un tiempo, logré mantener la comunicación, hasta que las baterías de mis medios se agotaron», atestigua.
Granma