Florida, 25 may.- Desde hace ya varios meses cuando observamos los cordeles o tendederos de ropas de cada una de las viviendas del municipio de Florida y del resto del país nos damos cuenta de la presencia de una nueva prenda que ha robado espacio y protagonismo a otras que siempre ocuparon allí sitiales de privilegios, ya fuera por el aprecio, el gusto particular y la antigüedad en el seno de la familia, o por el precio elevado que pagaron para conseguirla.
Y es que la dichosa confección de la que hablo ahora mismo se apareció así, de pronto y cas sin avisar de su arribo, como esos visitantes que sorprenden a uno, pero que merecen toda la atención, por el aprecio o la conveniencia de los anfitriones.
En los primeros días tanto en la cesta de la ropa sucia, como entre los vericuetos del propio cordel del patio de forma disimulada o abierta, se multiplicaron los comentarios, las puyas y las miradas de rencor y envidia de las blusas de las Shopping, de los pantalones traídos desde afuera, y hasta incluso entre los bóxer y los ostenes de la mejor talla y factura.
Cómo es posible se preguntaban que este intruso recién llegado, minúsculo y plebeyo, multicolor, lleno de tiras por todas partes, de bajo precio, fácil de fabricar y sin pedigrí reconocido pudiera acaparar de tal manera la atención de los padres, niños, jóvenes y ancianos de la familia, quienes jamás se atrevían a salir de casa sin acomodarse de aquel pedazo de tejido y lo más preocupante para ellos era que cuando se olvidaba ese complemento en cualquier gestión de última hora las personas regresaban corriendo a la vivienda para recogerlo y ceñírselo con alivio.
Cada vez la situación se ponía más tenso en el ropero, la toalla fue nombrada entonces como mediadora del conflicto, con la misión de investigar de manera urgente quién era y qué función tenía el visitan favorito.
Fue entonces cuando se enteraron de que el nuevo, el intruso, se hacía llamar de varias maneras: nasobuco, mascarilla, cubreboca u otros nombres según le pareciera a sus dueños y que su importancia se fundaba en la protección que ofrece ante el impacto de una enfermedad mortal, casi desconocida y muy contagiosa que acumula millones de casa y miles de fallecidos en todo el mundo.
Con esa información en la mano poco a poco la situación fue cambiando; el pantalón, la licra, la blusa y el resto del ajuar doméstico se dieron cuenta que sin la ayuda del nasobuco ninguno de ellos serviría para nada, a quien iban a vestir o arropar si los dueños perdían la vida por no emplearlo como es debido y orientado por las autoridades de la Salud Pública.
Por acuerdo unánime de los usufructuarios del escaparate el nasobuco recibió entonces el título de hijo distinguido de la casa y sin importar su forma, color, tamaño y textura, desde aquel día este defensor de la calidad de vida del ser humano en tiempos de coronavirus ocupa un sitial de privilegio no solo en cada hogar del país, sino también y lo que es más importante, en cada uno de los rostros de las personas que salen a las calles con la responsabilidad individual o colectiva de evitar infectarse o contagiar a otros con la COVID-19. (Pedro Pablo Sáez/Radio Florida)