La Habana, 26 may.- Aun sin cumplir veinte años, Joyce Paul es uno de los héroes anónimos del rescate en alta mar de una embarcación con 842 migrantes haitianos que este martes recaló en las costas de Caibarién, un pequeño municipio del centro de Cuba.
Joyce no pasa de los cinco pies de altura, es delgado y despierto, avispado, conversa en un español casi perfecto que le sirve para hablar sobre el drama de sus últimos días. Cuando en la oscuridad del océano se desató el caos, su voz fue la primera en alzarse.
Su historia bien pudiera ser la de otros muchos de sus compañeros, que tomaron aquel barco para huir de la inseguridad y el miedo. En su caso, él escapó de Puerto Príncipe desde hace dos años, cuando la delincuencia quemó su casa y asesinó a dos de sus hermanas. Entonces República Dominicana se convirtió en el destino del resto de la familia. Y hasta allá lo persiguió la muerte.
“Del viaje nos enteramos por el propio capitán de la embaración. Nos dijo que tenía un crucero y nos engañó hablando de seguridad y de un desembarco fácil en Miami. Incluso vimos un video del supuesto barco, una cosa grande, alta, y decidimos reunir el dinero”, cuenta.

El rescate en el mar fue una tarea peligrosa. Foto: Máximo Luz/CMHS.
Como a Joyce, a cada uno de los migrantes aquel hombre les pidió 4000 dólares americanos por un lugar en el viaje. Unos gastaron todos sus ahorros, otros apelaron a las deudas, pero buscaron el dinero. Durante dos meses esperaron en Isla Tortuga, un antiguo asentamiento pirata, como si fuera ahora un símbolo fatal en el destino de aquellas almas. Y así la demora, los miedos, las sospechas
Por fin el sábado 21 de mayo a las cinco de la mañana comenzaron a embarcar. Cinco horas después el bote, ni tan grande ni tan lujoso, mal acomodaba a todos. En las bodegas, en los pequeños salones, en la cubierta, en los techos. Joyce era uno de ellos.
“El capitán nos obligó a botar toda la ropa y tirar al mar nuestras mochilas. Según nos dijo, había que desembarcar en Miami sin nada de aquello —cuenta—. Al mismo tiempo echó los teléfonos de cada uno en una bolsa, pero cuando ya estábamos en alta mar recogió todos los móviles y se marchó con su esposa en un bote más pequeño”.
Ni Joyce ni los otros supieron de aquella estafa hasta que el barco comenzó a balancearse sin control. Solo entonces él subió al puente de mando y lo encontró vacío. “Bajé enseguida y empecé a gritar buscando a alguien que supiera algo de navegación, porque si seguíamos así nos íbamos a hundir. Apareció un hombre y logramos enderezar, pero estábamos a la deriva”.

Mientras esperan por los trámites migratorios los haitianos tienen todos los servicios básicos. Foto: Yunier Sifonte/Cubadebate.
Poco a poco llegó el terror. Es una sensación que ahora, en tierra firme, seco, este muchacho de casi veinte años parece revivir cuando la cuenta con los ojos abiertos.
“En el viaje hubo como quince personas que no resistieron el hambre, el Sol, o el calor del motor donde estaban sentado y terminaron lanzándose al mar. Otros se movían de un lado a otro y hacían que con cada giro del barco entrara agua. Si seguíamos así nos íbamos a virar todos”, cuenta.
Entonces Joyce tomó el control de la situación. Subió al techo y con una linterna comenzó a alumbrar y hacer señales en medio de la madrugada. Una hora, dos, tres, hasta que por fin divisaron otras luces. Eran las costas de Cuba.
“En el mar vivimos momentos trágicos. Aun aquí hay personas que de pronto salen corriendo así solas, y eso es el trastorno que padecimos a la deriva. Allí vimos el infierno frente a nosotros, pero los cubanos nos salvaron la vida”, asegura.
Del otro lado la noticia se regó como pólvora y decenas de personas se congregaron desde la mitad de la mañana de este martes para ser testigos del rescate. Primero las embarazadas, las mujeres y los niños. Luego los hombres hasta dejar vacío aquel barco que casi se torna en sepulcro.
Algunos llegaron con síntomas de insolación, otros deshidratados o con padecimientos respiratorios y estomacales, pero todos están vivos, lejos de cualquier gravedad.
“Los cubanos nos dieron los primeros auxilios y ropa” —dice Joyce mientras señala el desmangado azul que luce como orgullo—. “Nos ofrecieron agua, comida y desde que nos levantamos están con nosotros para lo que necesitemos”.

Joyce coopera con los cubanos en la recogida de información. Foto: Yunier Sifonte/Cubadebate.
Los 842 migrantes haitianos esperan en uno de los campismos de Sierra Morena por el fin de los trámites migratorios entre su país y Cuba. Son un grupo compacto, bullicioso como los cubanos, pero aquí también Joyce toma la delantera. Es él y no otro el encargado de organizarlos por grupos para la recogida de datos y otros protocolos de rigor. “Es la manera que tengo de agradecer lo que ustedes hicieron por nosotros”, confiesa.
Hasta este martes Joyce asegura que no conocía de Cuba más allá del nombre. Pero hoy, con sus ojos despiertos y su andar avispado, esa es una realidad que los duros golpes de la vida le cambiaron para siempre. “Cuba es lo más maravilloso que hay para nosotros. Les doy las gracias por darnos una segunda oportunidad de vivir. Cuba siempre estará marcada en mi corazón”.

El grupo de haitianos espera en uno de los campismos de Corralillo. Foto: Osdany Meriño/CMHW.
(CubaDebate)